Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

La pandemia nos sigue adentrando en tiempos muy complicados. Es real que estamos ante una ola preocupante de circulación viral y que cada vez son más las personas contagiadas que conocemos.

La actitud necesaria debe ser la de seguir estrictamente las medidas de cuidados personales y comunitarios.

No podemos desconocer el modo en que esta situación impacta en toda la sociedad aunque ciertamente generando respuestas diversas. Hay una sobredosis de información respecto de lo que está sucediendo en cada rincón del planeta, y algunas miradas que generan incertidumbre respecto del corto, mediano y largo plazo. Esto suele paralizar las opciones importantes en vistas al futuro.

Muchos viven sumergidos en tristeza, angustia o estaqueados por el miedo. También encontramos a quienes niegan la gravedad del actual escenario como si todo fuera una gran mentira o confabulación mediática.

Hoy celebramos en todo el mundo la Jornada de oración por las vocaciones. Lo llamamos “Domingo del Buen Pastor”. Francisco nos regaló un Mensaje “San José: el sueño de la vocación” para alentarnos en la meditación, contemplando al Patrono de la Iglesia.

En este contexto tan complejo los sacerdotes y religiosas debemos forjar corazones de padres y madres. Se espera de nosotros escuchar, contener, alentar. Tener “corazones abiertos, capaces de grandes impulsos, generosos en la entrega, compasivos en el consuelo de la angustia y firmes en el fortalecimiento de la esperanza. Esto es lo que el sacerdocio y la vida consagrada necesitan, especialmente hoy, en tiempos marcados por la fragilidad y los sufrimientos causados también por la pandemia, que ha suscitado incertidumbre y miedo sobre el futuro y el mismo sentido de la vida” (Francisco, Mensaje…)

El Papa nos destaca tres palabras: sueño, servicio, fidelidad.

Los sueños siempre los referimos a altos ideales. Lo efímero o superficial no satisface, solamente calma sin plenitud, e incluso a veces provoca náuseas. Pretender que colmen la sed interior es como “querer atrapar el viento”, según la expresión del libro del Eclesiastés (2, 11).

Los sueños nos desinstalan y movilizan, y para ello hace falta confiar en la voz interior que nos habla con suavidad. La manifestación íntima de Dios no es un rayo refulgente que encandila, sino una luz delicada para ponerse en marcha. San José fue un hombre de asumir lo que Dios le decía en su interior. “Los Evangelios narran cuatro sueños (cf. Mt 1,20; 2,13;19.22). Eran llamadas divinas, pero no fueron fáciles de acoger. Después de cada sueño, José tuvo que cambiar sus planes y arriesgarse, sacrificando sus propios proyectos para secundar los proyectos misteriosos de Dios. Él confió totalmente.” (Francisco, Mensaje…)

La crisis de la pandemia desnuda nuestras fragilidades pero también le corre el velo a las genialidades a las que estamos llamados.

Si bien es cierto que brotan enojos y egoísmos, es innegable la aparición de gestos de heroísmo y entrega.

Debemos reconocer, además, que Dios también “tiene sueños para mí”.

La segunda palabra clave que Francisco nos regala es el servicio. San José vivió para los demás. Su corazón estaba puesto en María y Jesús. Sabía que él debía cuidar de ambos.

Esta actitud le hacía no estar centrado en sí mismo. Salir de sí y la disponibilidad para salir de su tierra. “Para san José el servicio, expresión concreta del don de sí mismo, no fue sólo un ideal elevado, sino que se convirtió en regla de vida cotidiana.” (Francisco, Mensaje…)

Para cumplir su vocación vivió en la fidelidad. Esto implica perseverancia, sostener las opciones aun cuando las dificultades sean grandes. Ante los desafíos José no se arrebató. Discierne sin apuro. Hace memoria de lo que escuchó en su interior. “Porque la vocación, como la vida, sólo madura por medio de la fidelidad de cada día. ¿Cómo se alimenta esta fidelidad? A la luz de la fidelidad de Dios. Las primeras palabras que san José escuchó en sueños fueron una invitación a no tener miedo, porque Dios es fiel a sus promesas: «José, hijo de David, no temas» (Mt 1,20).” (Francisco, Mensaje…)

En este Domingo del Buen Pastor quiero expresar mi reconocimiento y gratitud a los sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos por tantos gestos de disponibilidad y entrega. Por medio de ellos Dios se muestra en sus gestos de ternura de Padre y de Madre. Son consuelo, luz, esperanza, servicio. Recemos por estos hombres y mujeres que consagran su vida a Jesús y los que Él ama.

Pidamos también por los jóvenes, para que abran el corazón y escuchen la voz de Dios. Necesitamos que preparen su vida para ser madres y padres de la humanidad rota.

La colecta de las misas de hoy la dedicamos para el sostenimiento económico del Seminario. Estudios, alimentación, mantenimiento edilicio implican gastos importantes que se cubren con el aporte de todos. Seamos generosos.

Al finalizar estas reflexiones expreso el agradecimiento por tantos saludos y muestras de afecto con ocasión de la presentación del libro “Clamor de los pobres, gemido de la tierra” que, con alegría, hemos compartido el viernes 23 de abril “entre amigos”. Aprendimos y nos dejaron pensando profundo tanto los testimonios como las exposiciones. A quienes acompañaron desde las distintas plataformas virtuales: ¡gracias por estar! Fue muy emotivo verlos, leer sus mensajes, poder responder inquietudes.

Y les comparto los tres principales propósitos de este libro: acoger el dolor de los hermanos, partir de realidades y no de abstracciones, y seguir confiando en la esperanza porque el amor siempre es más fuerte.

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