Alguien nos amó primero
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo
Te estoy escribiendo desde Roma. Viajé para una reunión de cuatro días del Dicasterio para las Comunicaciones, coincidiendo con los días siguientes a la celebración de clausura del Sínodo sobre la sinodalidad. Me alegra poder sumarme en este acontecimiento. Hay mucha expectativa acerca del texto que contenga las propuestas que se presentarán al Santo Padre. Algunos temas que resultaban difíciles para alcanzar consensos se resolvió pasarlos a un estudio más detallado hasta el mes de julio de 2025.
Estemos atentos a la publicación y las orientaciones que vayan surgiendo.
El jueves pasado se dio a conocer una nueva Encíclica del Papa sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo. El título en latín es “Dilexit nos” (“Nos amó”), tomado de la carta de San Pablo a los Romanos 8, 37. Sabemos que Dios nos ama porque nos ama. No es un premio a nuestra buena conducta, ni un reconocimiento de nuestros méritos. Afirma Francisco que “su corazón abierto nos precede y nos espera sin condiciones, sin exigir un requisito previo para poder amarnos y proponernos su amistad: «nos amó primero» (1 Jn 4,10). Gracias a Jesús
«nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído» en ese amor (1 Jn 4,16)”. (DN 1)
“Para expresar el amor de Jesucristo suele usarse el símbolo del corazón” (DN 2). Así lo hacemos también para hablar del amor humano. Por eso en El Principito leemos: “Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos” (Antoine de Saint-Exupéry). Pienso en diversos modos de conocer a las personas. Un cirujano, un médico que realiza una ecografía, conocen detalles ocultos de un paciente; pero la madre o un amigo lo conocen con mayor profundidad, e incluso me animo a decir que con más verdad.
Por eso, “si el corazón está devaluado también se devalúa lo que significa hablar desde el corazón, actuar con corazón, madurar y cuidar el corazón. Cuando no se aprecia lo específico del corazón perdemos las respuestas que la sola inteligencia no puede dar, perdemos el encuentro con los demás, perdemos la poesía” (DN 11). Y en consonancia con esta idea va decir unos números más adelante: “En el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor. Lo que ningún algoritmo podrá albergar será, por ejemplo, ese momento de la infancia que se recuerda con ternura” (DN 20). El ADN de cada persona es único e irrepetible. Nos define una identidad biológica. Pero no es lo único que nos diferencia. “Se podría decir que, en último término, yo soy mi corazón, porque es lo que me distingue, me configura en mi identidad espiritual y me pone en comunión con las demás personas. El algoritmo en acto en el mundo digital muestra que nuestros pensamientos y lo que decide la voluntad son mucho más ‘estándar’ de lo que creíamos. Son fácilmente predecibles y manipulables. No así el corazón.” (DN 14).
En ese lugar sagrado, tan íntimo, podemos escuchar la voz de Dios. Francisco nos recuerda varios momentos expresados en la Biblia. Tomo apenas dos para compartirte. “Los discípulos de Emaús, en su misteriosa caminata con Cristo resucitado, vivían un momento de angustia, confusión, desesperanza, desilusión. No obstante, más allá de todo eso y a pesar de todo, algo ocurría en lo más hondo: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino?» (Lc 24,32)” (DN 4). El otro pasaje es el del joven rico. “Entonces «Jesús lo miró con amor» (Mc 10,21). ¿Puedes imaginarte ese instante, ese encuentro entre los ojos de este hombre y la mirada de Jesús? Si te llama, si te convoca a una misión, primero te mira, penetra lo más íntimo de tu ser.” (DN 39) En la encíclica hay un subtítulo que me atrajo: “Enamorar al mundo”. Allí Francisco nos recuerda que “la propuesta cristiana es atractiva cuando se la puede vivir y manifestar en su integralidad; no como un simple refugio en sentimientos religiosos o en cultos fastuosos. ¿Qué culto sería para Cristo si nos conformáramos con una relación individual sin interés por ayudar a los demás a sufrir menos y a vivir mejor? ¿Acaso podrá agradar al Corazón que tanto amó que nos quedemos en una experiencia religiosa íntima, sin consecuencias fraternas y sociales? Seamos sinceros y leamos la Palabra de Dios en toda su integralidad” (DN 205).
El amor, y sólo el amor, permanece siempre.