Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo Este domingo vemos, en unas cuantas plazas y calles de nuestras ciudades,  gente llevando en la mano un ramo de olivo. Buscan la bendición para participar de un acontecimiento del cual hacemos memoria: la entrada Mesiánica de Jesús en Jerusalén.

Hoy estamos ante el inicio de la Semana Santa, durante la cual reviviremos los momentos culminantes de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Celebración que es también actualización de la entrega del amigo por amor, de su mensaje y de las actitudes de quienes protagonizaron esa parte de la historia. Por eso estos días tienen varias dimensiones o niveles de profundidad, y es necesario revisar nuestros sentimientos y disposiciones para reconocer cómo vamos a transitarlos.

Por un lado, recordamos acontecimientos históricos que sucedieron realmente; no son una novela o fábula sino narraciones de dramas y tensiones que pusieron al descubierto las intenciones ocultas en el corazón de muchos. Escribas y fariseos, autoridades políticas y militares, discípulos y seguidores, envidiosos y enemigos, adherentes ocasionales, su Madre, los apóstoles. Y allí estamos también nosotros. No solo hacemos memoria; también celebramos. Esos acontecimientos se actualizan sacramentalmente. El mismo Jesús presente en sus ministros y en la comunidad cristiana vuelve a realizar lo sucedido en Jerusalén. No es simplemente una teatralización que se repite año tras año, sino actualización de la Pascua. 

Jesús entra en Jerusalén para celebrar su Pascua. El Rey Mesías, prometido y esperado durante siglos, llega a su casa y a su Templo. Es un Rey especial, particular. No tiene ejército numeroso y bien armado, ni corte lujosa, ni riqueza que impresiona, ni deseos de dominación que dan miedo. Trae un Reino de paz, justicia, amor, libertad. No viene montado en un caballo adornado de lujos, sino en un sencillo burrito. Está acompañado por hombres humildes, trabajadores, pescadores y algunas mujeres.

Por eso miremos a quienes salen a recibirlo: los niños, los pobres, los pequeños y simples de corazón. Los que no tienen vergüenza o miedo al papelón. Lo aclaman con cantos, y a su paso adornan el camino con ramas de los árboles y hasta con sus propios mantos.

¡Cómo no estar contentos! Este Rey no viene a llevarse nada. No entra para saquear y oprimir. Viene a servir. La entrada de Jesús en la vida de cada uno es así: no quita nada, nos da todo.

Viene vestido con ropa sencilla. Pide tu respuesta de fe. Y vos podés dejarlo entrar, ¿por qué no? Pensemos en la puerta del corazón ante Jesús, ¿cómo está hacia Él?, ¿abierta, cerrada, atrancada para que no nos acompañe? Es el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Después de aclamar a Jesús como Rey, ingresamos al Templo y leemos en el Evangelio de San Marcos el relato de la Pasión y Muerte de Jesús. Enseguida nos cambia el clima, de festivo a sentimientos de dolor. Jesús asume el sufrimiento y la muerte de la humanidad. Presencia fuerte de una ausencia que reclama desde la soledad del abandono y la muerte. El dolor adquiere sentido por el amor de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Otras personas en el mundo posiblemente hayan sufrido tormentos más horribles en su muerte. Lo que contemplamos en Jesús es su valor transformante de la muerte en vida nueva, de la

humillación en exaltación. Lo expresa el Centurión, un pagano, con un claro acto de fe: “¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!”. (Marcos 15, 39)

¿Para qué son los Ramos que nos llevamos a casa? Tienen una doble finalidad. Solemos colocarlos junto a una cruz que tenemos en la pared, o al lado de una imagen o estampita de la Virgen o los Santos. Así, al mirar ese Ramo nos acordamos que hemos aclamado a Jesucristo como Rey. La otra finalidad es misionera. Es muy bueno llevar algún ramito a quienes no pudieron ir a la bendición y a la Misa. Siempre hay que pensar y tener en cuenta a los vecinos, familiares, o alguien enfermo. En la Semana Santa Jesús nos invita a entrar en un clima religioso y de oración. Celebraremos la última cena, el lavatorio de los pies, los artilugios del traidor, el momento en que es llevado preso, la negación del amigo, el juicio fraudulento, la pasión, el dolor de la madre, la cruz, la Pascua… Son momentos intensos de amor, lo cuentes para algunos, tal vez no tanto para otros. Caminemos con Jesús para ser colmados de su bendición

El 24 de marzo de 1976 se produjo el golpe de Estado que trajo violencia, torturas, muerte. Recemos por la paz en todo el mundo.

Mañana, 25 de marzo, cumplo 24 años de obispo. Le pido a la Virgen me siga cuidando con su ternura de Madre. Acompañame con tu oración, que tanto necesito.