Terremoto del 44, solidaridad y memoria

Este 15 de enero, se conmemora un nuevo aniversario del terremoto de 1944

en San Juan. Según relatos de aquel tiempo, en torno a las 20.50 se produjo

la mayor tragedia del pueblo argentino. Un par de minutos interminables. Se

consignan 10.000 muertos y unos cuantos miles de heridos, junto con la

destrucción casi por completo de la ciudad.

Viendo fotos de edificios derrumbados emerge el sentimiento de desolación

de tantas familias y de toda una comunidad. Una dolorosa experiencia que

queda grabada en la memoria colectiva de los sanjuaninos.

La respuesta solidaria de la sociedad argentina no se hizo esperar.

Sobrevivientes en San Juan que se dedicaban voluntariamente al rescate de

quienes estaban entre los escombros.

En otras ciudades del país se organizaron festivales solidarios, colectas,

diversas iniciativas para estar cerca de quienes perdieron familiares, amigos,

viviendas, lugares de trabajo, de oración, de estudio. Todo lo particular y lo

comunitario. Nos enfrentamos a la experiencia concreta de palpar la

fragilidad.

Quiero transcribir unos párrafos de las palabras pronunciadas en el

aniversario de 1998 por la Profesora Leonor Paredes de Scarso en la Iglesia

de Santo Domingo: “El 15 de enero de 1944 cayó la ciudad con su caserío

chato y terroso, sus hermosos templos, sus edificios públicos, todo quedó en

ruinas. El dolor de los sanjuaninos fue el dolor de los hermanos del mundo,

que se hizo eco de la tragedia. (…) La solidaridad puesta de manifiesto en

aquella desgracia en que tantos murieron y todos perdimos, fue algo digno

de destacar, y es necesario que lo hagamos, porque los humanos muy pronto

nos olvidamos”. Hagamos memoria del dolor ante tanta muerte y

destrucción, y renovemos la fuerza de la solidaridad en el presente.

En estos días de descanso estoy volviendo a leer pausadamente el texto

conclusivo de la Asamblea Eclesial, titulado “Hacia una Iglesia sinodal en

salida a las periferias”. Te transcribo algunos pasajes que nos ayudan a

reflexionar y movernos hacia el compromiso. Leélos pausadamente.

• “La Iglesia es una fraternidad compasiva en un mundo herido.” (208)

• “La paternidad divina es la fuente profunda de la fraternidad humana

universal, por la cual reconocemos que los otros son hermanos y

hermanas.” (209)

• “Hacerse prójimo es conmoverse tiernamente en el corazón y ayudar

con obras concretas. La misericordia se compadece ante la miseria, se

inclina hacia la víctima, levanta al caído, sostiene al frágil, integra al

excluido. Ante tanto dolor que aflige al mundo, la única salida es amar

como el samaritano.” (212)

Encarnando esta dimensión de cercanía, he conocido muchas familias que

aprovechan las vacaciones para salir a misionar, realizar alguna tarea

solidaria con los más pobres. Una manera hermosa de aproximarse con una

palabra de aliento a quienes forman parte del mundo herido.

Aprovechar el tiempo en el servicio a los demás es una manera de ganarlo.

Ante la presencia en los diarios y en los noticieros (a veces con insistencia) de

personas que hacen daño al prójimo, a la creación y a sí mismos, se nos

puede pasar por alto tanta generosidad en muchos más. El otro día

escuchaba a un sacerdote que predicaba “hace más ruido un árbol que cae

en el bosque, que los miles que van creciendo en ese mismo momento”.

Hay gente buena que no se destaca ni brilla. Las mamás que educan a sus

hijos, les tratan con ternura, les enseñan a decir la verdad… Los abuelos y

abuelas que cuidan a sus nietos. Vecinos que se ayudan y acompañan.

Enfermos que son asistidos por sus familiares y amigos. “La santidad de la

puerta de al lado”, como le llama Francisco.

Gente que en medio de un clima egoísta e individualista mira más allá del metro cuadrado que ocupa. Son buenos ejemplos que arrastran y

conmueven, interpelan y cuestionan la tibieza imperante.

Unos cuantos se ponen de acuerdo para hacer el bien desde los movimientos

sociales, las organizaciones no gubernamentales, las cooperativas…

Quisiera resaltar de modo particular a los grupos misioneros que durante el

verano se multiplican por todo el País. Entre sus miembros hay algunos adultos, familias, religiosos, sacerdotes, diáconos… pero en su mayoría son

jóvenes. Ellos dedican parte de sus vacaciones —o todos los días que

disponen— para ir al encuentro de otros, en general a lugares pobres.

Encarnan el pedido de Francisco de ser “Iglesia en salida, pobre y para los

pobres”.

Algunos se dedican a servicios solidarios de trabajo manual: construir o

arreglar casas, pintar escuelas o centros de salud, reparar capillas o centros

de catequesis.

En las vacaciones demos tiempo y vida a la familia, los amigos y la

solidaridad.

Foto: Si San Juan