MONSEÑOR

Conocí unas cuantas personas que a lo largo de los años adquirieron la capacidad de distinguir con claridad el canto de los diversos pájaros. Cierto es que algunas aves son inconfundibles, como el tero o el chajá. Pero otras emiten sonidos agradables, aunque la mayoría de los mortales desconozcamos su origen.

Si de saber escuchar se trata, una enfermera con muchos años de experiencia me contó que cuando le toca estar de guardia durante la noche en el Hospital, puede reconocer el origen de los gemidos, la causa del dolor, incluso en aquellos pacientes que expresan apenas un susurro que casi ni mueve el aire, un suspiro leve. “En el silencio de la noche, después de unas horas en la guardia, los gemidos se llegan a sentir como un grito que te taladra los tímpanos”, me decía. ¿Se trata de sensibilidad, empatía?

El Evangelio que proclamamos este domingo en las misas cita un pasaje del profeta Isaías aplicándola a Juan el Bautista. “Una voz que clama en el desierto, preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos” (Lc 3, 4). Juan asume esta figura anunciada siglos antes en esa profecía. Muchos escucharon este llamado como un grito prorrumpido por el Precursor del Señor, y se acercaron a recibir el bautismo ofrecido para el perdón de los pecados y como expresión de querer cambiar de vida.

El domingo pasado hemos comenzado el Tiempo de Adviento que nos orienta a mirar a Belén y a la Ciudad celestial. El pasado en el cual creemos (Belén) y el futuro que aguardamos expectantes (la Ciudad celestial). Estamos iniciando el camino a la celebración navideña. El que vino pobre y frágil en el pesebre volverá para el juicio final de la historia. Entre estos momentos se despliega el tiempo presente que nos llama a abrir el corazón a esta otra venida que se produce cada día.

Jesús nos habla de distintas maneras, quiere entrar en comunión conmigo, con vos. A veces su voz es un clamor como un trueno que nos conmueve y desinstala; otras, como un aire casi imperceptible que apenas agita una hoja. Es muy importante prestar atención; no te distraigas.

Es fundamental escuchar a Dios en su Palabra, con un corazón que se quiere dejar iluminar y guiar. Ser coherentes es no transar en que nos entre por un oído y se nos vaya por el otro.

De algunas situaciones de injusticia decimos que “claman al cielo”, una expresión de raíz bíblica. En el libro del Éxodo dice Dios: “He escuchado el clamor de mi pueblo”. Ante el primer asesinato se relata que la sangre de Abel clama a Dios desde la tierra (Gn 4, 10).

Y en la parábola de la viuda y el juez inicuo, concluye Jesús: “Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche?” (Lc 18, 7)

Varias veces les he referido la expresión del Papa que nos interpela a escuchar el clamor de los pobres y el gemido de la tierra.

La Virgen María se dejó llenar por el Espíritu Santo. Este próximo miércoles 8 de diciembre celebraremos su Inmaculada Concepción y su total disponibilidad a la voluntad de Dios. La respuesta al anuncio del Ángel Gabriel fue “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu Palabra”. Una actitud de disponibilidad permanente toda su vida.

El jueves pasado se dio a conocer que el Papa Francisco me designó miembro del Dicasterio de la Comunicación, un organismo del Vaticano de servicio al Papa y a la Iglesia. Me demandará seguramente algunas reuniones en plataformas virtuales, pero no implica que me vaya de San Juan. Agradezco este llamado a servir en este ámbito que valoro.

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)