Un grito de esperanza
Hay gente que hace historia, marca su tiempo y lo trasciende. Se constituyen en referencia y modelo de virtudes difíciles de imitar. Su vida y mensaje permanecen a lo largo del tiempo más allá de la circunstancias. Juan el Bautista es uno de ellos.
La misión que le fue encomendada implicó una especie de quiebre histórico en el camino de la fe. Algunos de los Padres de la Iglesia lo consideraron como el último de los profetas del Antiguo Testamento, y el que inaugura el Nuevo con sus anuncios y el Bautismo del Salvador.
Es el Precursor de Jesús tanto en el nacimiento y la predicación como en el martirio.
Tan importante fue su figura y el testimonio de su vida, que en aquel momento hubo quienes pensaron que él era el Mesías esperado por el Pueblo de Israel. Así de fuerte fue su incidencia. Tal vez por ese motivo el Evangelio de San Juan nos aclara que “Él no era la luz, sino el testigo de la luz” (Jn 1, 8).
Suscitó una gran atracción y eran muchos los que acudían a escuchar sus predicaciones. Cuando le preguntaban ¿quién eres?, ¿eres el Mesías? Él lo negó y se definió de este modo: “Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (Jn 1, 23) (Is 40, 3). Este modo de presentarse no fue casual. Define así su vocación y misión. No pasará inadvertido ese “grito”.
Fue un hombre que mantuvo con firmeza sus decisiones a pesar de las consecuencias adversas que esto le podía acarrear. Todos sabemos que algunas opciones no son fáciles de sostener en el tiempo. Plantear abstracciones puede suscitar una discusión académica, señalar defectos en los débiles puede no tener consecuencias serias. Pero para denunciar a los poderosos, a los violentos, hay que tener agallas. Amar más la verdad que el propio pellejo.
Así lo hizo Juan. No se achicó ante las amenazas de cárcel y el riesgo de muerte. Aun así mantuvo sus denuncias al poder. No fue una sorpresa escuchar al Bautista evidenciando lo que las autoridades querían pasar por alto y ocultar. Desde el inicio de su predicación pública fue claro en interpelar a los escribas, fariseos, sacerdotes, militares… Nadie quedaba exento del llamado a la conversión. La Buena Noticia tiene una dimensión universal. Podemos aplicar lo expresado en la Carta a los Hebreos: “la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo; ella penetra hasta lo más íntimo del ser, hasta las articulaciones y la médula, y es capaz de discernir los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hb 4, 12).
El 29 de agosto se celebra el Martirio de San Juan Bautista. Escuchemos su grito de esperanza que nos despierta y sacude la modorra. Se nos anuncian tiempos nuevos incluso hoy, en las crisis diversas que estamos atravesando. Tenemos el testimonio de otros pequeños grandes que siguen este sendero: Oscar Romero, Enrique Angelelli, Rutilio Grande…
Y justamente este viernes, la Conferencia Episcopal de El Salvador dio a conocer esta noticia tan esperada: “Damos gracias a Dios y al Papa Francisco por ese inmenso don, la elevación a los altares de estos cuatro mártires de nuestro país, Rutilio [Grande], Nelson, Manuel y Cosme. Invitamos a todos a prepararnos de la mejor manera, para vivir con fruto ese gran acontecimiento”. Habrá que esperar hasta el 22 de enero del 2022, fecha indicada para la beatificación. Tenemos tiempo para conocer sus vidas, sus obras y enseñanzas.
Desde hace un año varios Movimientos Laicales están promoviendo una excelente iniciativa acerca de la Casa Común, nuestro querido Planeta. Te comparto un par de párrafos de una carta que nos han enviado a los obispos:
“Un nuevo acontecimiento nos convoca, en medio de este particular momento de la historia, TIEMPO DE LA CREACIÓN es un tiempo para renovar nuestra relación con el Creador y con toda la creación por medio de la celebración, la conversión y el compromiso, en comunión a nuestras hermanas y hermanos de la familia ecuménica”.
Hasta el 4 de octubre (día de San Francisco de Asís) “distintos credos en el mundo, nos uniremos bajo el lema ‘Jubileo por la Tierra: Nuevos ritmos, nueva esperanza’. En medio de la crisis que estamos atravesando por la pandemia COVID-19 y que ha dejado al descubierto tantas ‘otras pandemias’, hemos descubierto la urgente necesidad de sanar nuestras relaciones con la creación y entre nosotros. Será un tiempo de restauración y esperanza para animar, sostener, promover la conversión ecológica integral que necesitamos y que asumimos como discípulos misioneros de Jesús, custodios de la creación de Dios”.
Dos semanas atrás te compartía la preocupación por el cambio climático y su incidencia en la falta de agua en diversos lugares, entre ellos San Juan. Son tiempos de crecer en el compromiso del cuidado de la creación, la casa de toda la familia humana.
El sábado próximo tendremos un acontecimiento importante para la Iglesia en la Argentina: la beatificación de Fray Mamerto Esquiú, franciscano y obispo nacido en la provincia de Catamarca en 1826.
Su vida está marcada por la impronta de San Francisco. Siendo muy chiquito enfermó gravemente y su mamá hizo la promesa de que si se curaba el hijo lo vestiría siempre con el tradicional hábito marrón. Mamerto se curó y su mamá cumplió la promesa. Muchos años después, quien fuera uno de los criollos que con su palabra acompañaría el proceso de retorno a la paz social luego de la guerra interna, diría: “Soy tal vez el único mortal que no ha llevado sobre sus carnes otra vestimenta que el hábito de San Francisco”. Dedicó su vida a los pobres y despreciados de su tiempo, su episcopado fue criticado muchas veces por su predilección por los marginados. Pronunció un sermón histórico en ocasión de la promulgación de la Constitución Nacional en su tierra natal en 1853. Falleció en su Catamarca en 1883. Su beatificación es una bendición para nuestra Patria.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social