Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina) y secretario general del Consejo Episcopal latinoamericano (CELAM) Este fin de semana largo tiene dos días feriados, lunes y martes, debido al “carnaval”, una antigua fiesta de origen pagano. Desde los primeros siglos del cristianismo se ha vinculado con la celebración de la Pascua. Por eso la fecha varía cada año.

El acontecimiento central es la Pascua, y se cuentan 40 días para atrás desde el Domingo de Ramos para establecer la fecha del Miércoles de Cenizas, con el cual comienza el tiempo de “Cuaresma”. Los dos días previos son carnaval. En tiempos lejanos eran días de fiesta, comida, bebida, incluyendo algunos excesos, en vista al inicio de un tiempo de austeridad y sobriedad como la Cuaresma.

Este miércoles comenzamos el tiempo de preparación hacia la Pascua. En la Misa de ese día se impone sobre la cabeza la ceniza que se obtiene al quemar las ramas de olivo del Domingo de Ramos del año pasado. Es un signo y gesto de humildad y llamado a la conversión. De esta manera recordamos la fragilidad de la vida humana, lo fugaz y lo transitorio de este mundo. Serán 40 días para disponer el corazón, revisar la vida y sobre todo crecer en la confianza en el amor de Dios por cada uno de nosotros.

Somos invitados a superar el conformismo y la mediocridad que se nos va pegando a veces sin darnos cuenta.

El Miércoles de Cenizas —junto con el Viernes Santo— es una jornada de ayuno; si bien toda la Cuaresma tiene un tono penitencial de moderación en el estilo de vida. Es necesario plantearnos esta práctica de acuerdo con la enseñanza de la Palabra de Dios: “este es el ayuno que yo amo… compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu

propia carne” (Is 58, 6-9). Nos cae como anillo al dedo esta enseñanza del Profeta Isaías, que se proclama en la misa del miércoles. No se trata, como solemos decir, “yo le ofrezco un sacrificio al Señor”. Si obro así la privación me sirve solamente a mí; en cambio, si comparto le sirve también a otros y a Dios le gusta más. Te pongo un ejemplo: si dejo de comer chocolates por estos 40 días puede hacerme bien a la salud o moderar mis deseos, pero si además el dinero que hubiera gastado lo doy para ayudar a los pobres, ahí vamos en el camino de la verdadera piedad cristiana. Debemos cuidarnos mucho para no caer en una práctica religiosa intimista que nos aísla de los demás.

Motivaciones para ayudar tenemos de sobra, lamentablemente. Hace falta comida en los servicios de comedores y merenderos que se brindan en tantos barrios pobres. Ahí podés hacer llegar tu ayuda, o por medio de Cáritas de la comunidad más cercana a tu casa. Los pobres son de los nuestros, están aquí nomás.

El ayuno dura solamente un día, sin embargo, la necesidad de solidaridad es permanente. Por eso te propongo que dispongas en tu casa de una caja pequeña o un sobre donde vayas colocando el dinero que lográs ahorrar con tus privaciones, y al final de la Cuaresma acercarlo a quienes se organizan en emprendimientos solidarios. En estos días hemos recibido una herida más en la libertad de vivir la fe en Nicaragua. La insólita expulsión de sacerdotes, diáconos, catequistas, seminaristas y religiosos, entre ellos, las Hermanas de la Caridad fundadas por la Madre Teresa de Calcuta. El veloz y fraudulento enjuiciamiento y condena a 26 años de prisión de Monseñor Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa. Ya se habían clausurado emisoras católicas confiscando sus equipos técnicos. Es muy grave que se amordace la predicación y se consolide la persecución como método de disciplinamiento.

Todos tenemos derecho a vivir la fe. Acompañemos con nuestra oración y solidaridad a quienes sufren a causa de la fe.